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27 noviembre 2007

El maldecir a un litigante para que quede mudo






El maldecir a un litigante para que quede mudo
Basado en investigaciones realizadas por John W. WelchTraducido por Estrella La Font Díaz

La maldición que Alma pronunció sobre Korihor, "En el nombre de Dios quedarás mudo de modo que no podrás expresarte más" (Alma 30: 49), presenta similitudes con una antigua práctica griega consistente en maldecir a un litigante para que quedara mudo. Cuando la maldición se hizo efectiva, la falta de aprobación divina se hizo tan patente que Korihor no tuvo más remedio que abandonar su litigio. Las maldiciones de este tipo eran comunes en el antiguo mundo mediterráneo, sobre todo en el ámbito legal. En décadas recientes, se han hallado más de cien maleficios hechos con el fin de refrenar a otros -maldiciones inscritas sobre pequeñas láminas de plomo, plegadas y atravesadas con un clavo- en tumbas, templos y más concretamente en pozos cercanos a los palacios de justicia, donde se colocaban con la esperanza de que una deidad del mundo subterráneo los recibiera y ejecutara. Se conoce este tipo de sortilegios con el nombre de defixiones debido a que se pretendía que sus palabras y poderes sirvieran para frenar o poner trabas (latín "defigo") a un oponente. En la antigua Grecia, podían ser objeto de estos maleficios los rivales en el comercio, en las competiciones atléticas, en el amor, o los adversarios en un litigio. La mayor parte de los maleficios griegos de este tipo tienen relación con algún litigio, y existen sesenta y siete defixiones diferentes que invocan maldiciones sobre adversarios legales. El más antiguo de estos maleficios se remonta al siglo V a. C. En once de ellos se pide a los dioses que trabe la lengua del adversario con el fin de que pierda el pleito. Hay pruebas que sugieren que en algunas ocasiones las maldiciones parecían cumplirse. Por ejemplo, una estela (losa de piedra con inscripciones) del siglo III a. C., procedente de la isla griega de Delos, expresa la gratitud de un litigante victorioso que creía que había recibido ayuda de un dios en el juicio: "Porque sujetaste a los hombres pecaminosos que habían dispuesto el pleito, acallando en secreto la lengua dentro de sus bocas, de forma que nadie pudo oír de ella [la lengua] palabra o acusación alguna, que son las compañeras de un juicio. Sino que más bien, como resultó de acuerdo con la divina providencia, se confesaron ser como estatuas o piedras heridas por un dios". El que Korihor se quedara sin habla y, hasta cierto punto, el aturdimiento de Sherem, eran precisamente el tipo de señales o freno que la gente del antiguo mundo mediterráneo esperaba que un dios manifestara, en el marco de un juicio, cuando se presentaban acusaciones falsas o se utilizaban estratagemas injustas que situaban al oponente en clara desventaja. Los litigantes que habían quedado en evidencia a menudo erigían estelas con su confesión. Las inscripciones, según parece, constituían "una confesión de culpa, a la que el autor se ha visto forzado por la intervención punitiva de una deidad, que a menudo se manifestaba en forma de enfermedad o accidente". Con la esperanza de apaciguar al dios ofendido, el litigante castigado inscribía en la estela una declaración efectuando una clara profesión de su fe -recién admitida- en la deidad y advertía a otros que no desdeñaran a los dioses. Los juicios de Sherem y Korihor muestran esta misma tendencia a la confesión. Sherem se retractó de sus enseñanzas públicas, confesó la veracidad del dios que había intervenido en su contra, admitió su error y expresó su preocupación de que nunca lograra apaciguar a dicho dios (véase Jacob 7: 17-19). La confesión de Korihor reconoció el poder de Dios, probablemente para dar seguridad, a las personas de Zarahemla que estuvieran preocupadas, de que la maldición no afligiría a nadie más, así como para terminar la disputa (véase Alma 30: 51). Tales reacciones son similares a las de otras personas del mundo antiguo cuya perfidia judicial había quedado en evidencia y había sido anulada gracias a la intervención de un dios como respuesta a la maldición, lanzada para ponerles freno, de un litigante acosado.


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