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25 agosto 2008

El Idioma de los Diferentes Historiadores.



POR
JOHN A. WIDTSOE
Y FRANKLIN S. HARRIS, TR.


El Idioma de los Diferentes Historiadores.
El Libro de Mormón está compuesto de un número de libros, escritos por diferentes
manos y en varios tiem-pos. Estos libros en su mayoría han sido condensados por el profeta Mormón en el presente volumen, de ahí su nombre de Libro de Mormón, Aun cuando tal con-densación ha tenido lugar, sería probable que los varios estilos literarios de los diferentes autores se mostraran a través de la condensación. Es virtualmente imposible para dos hombresescribir exactamente de la misma manera, usando el mismo vocabulario y los mismos métodos de expresión. Esto ha sido examinado en el Libro de Mormón con sorprendentes resultados. Los diferentes estilos son perceptibles al cambiar los diferentes autores de los libros del Libro de Mormón:-"Los escritores cuyas obras fueron grabadas en las planchas menores de Nefi emplearon el estilo más directo y manifiestan lo que tienen que decir en primera persona; sin explicaciones o interpolaciones de editores o comentadores o alguna evidencia de conden- sación; aunque, por supuesto, ellos hacen de vez en cuando algunas citas de las escriturashebreas que la colonia nefita trajo de Jerusalén. (Léase I Nefi 1; Jacob 1: 1-3; Enos 1: 1-3).Nótese cuán marcada es la diferencia cuando llegamos al resumen que hizo Mormón del registro nefita, el cual empieza con el libro de Mosíah, como así también en el compendio del libro de Alma. (Léase Mosíah 1:1-2; Alma 1:1-2).
(1) Otra evidencia que apoya esta afirmadla es la estrecha relación qtse existe entre los idiomas egipcio y gruamati-tapí de América del Sur. Para una comparación de ambas lenguas,xh%.ie nota editorial en la pág. IT9. El estilo de Mormón y la parte de Moróni son estilos pronunciados de una condensación, El cuerpo de la obra es el resumen de Mormón de los eventos principales de los anales nefitas,con citas verbales ocasionales de esas obras y sus propios comentarios sobre los mismos. Cuando encuentra un período en el cual hay pocos eventos de importancia registrados en los anales, pasa sobre ellos ligeramente. (Léase Alma 4: 15; 1:23-24; Helamán 3:32-33; 11:21-24.35-38). La condensación del registro jaredita por Moróni —el Libro de Ether, no exhibe la característica particular de un compendio, debido sin duda, a la pequeñez del registro original que él condensó— había solamente 24 planchas en el registro de Ether y "no he escrito la centésima parte'', dijo Moroni; (Ether 15: 33) aunque de otra manera el libro de Ether lleva todas las marcas de ser un resumen igual que la obra de Mormón, exceptuando, quizá, que los comentarios de Moroni son más frecuentes que los de Mormón". (Extractado de Roberts 3:124-134)."Hay diferencias (en el Libro de Mormón) que, no obstante los efectos del pulido del traductor, aparecen, lo suficientemente claras para sugerir los diferentes autores originales. Léase, por ejemplo, la siguiente rendición literal de los versículos 2 y 3 del capítulo inicial de I Nefi: 'Sí, lo hago en el lenguaje de mi padre, que consiste en la ciencia de los hebreos y el idioma de los egipcios. Y yo sé que la relación que hago es verdadera; y la hago por mi propia mano, y la hago con arreglo a mis conocimientos'. Nótese la tendencia a la repetición. Tomemos otro pasaje al azar: 'Y aconteció que me lo mandó el Señor, por lo tanto hice unas planchas para que se grabara sobre ellas la historia de mi pueblo. Y sobre las planchas que hice, grabé los escritos de mi padre y también nuestros viajes en el desierto, y las profecías de mi padre, etc.'. (I Nefi 19:1). En la sinopsis por Mormón, esta tendencia a la repetición está casi enteramente ausente. Esta peculiaridad de estilo era con toda probabilidad, aun más sobresaliente en el original que en la traducción inglesa."Además, Mormón emplea expresiones que no son usadas por Nefi. Una de éstas es
"Ligadura de la muerte" otra "Aguijón de la muerte". (Mosíah 15: 8-9, 20, 23; 16: 7-8; Alma 4: 14; 5: 7, 9, 10; 7; 12; 11: 41 ; 22- 14) Nefi usa la expresión "cosa dura" por difícil de comprender o aguantar pacientemente (I Nefi 3: 5; 16: 1, 2, 3: II Nefi 9: 40; 25; 1) y esta expresión es característica a esa parte del volumen. "Otra vez, 'Gran Espíritu' como nombre para Dios es peculiar en el compendio del Libro de Alma por Mormón, (Alma 18: 2, 5; 19: 25, 27; 22: 9, 11) mientras que ''monstruo'' y "terrible monstruo" son peculiares a Nefi refiriéndose al adversario o muerte, y a la tumba. (II Nefi 9 :10, 19, 26). Mormón usa esa palabra en un sentido diferente (Alma 19:26) y así lo hace Moroni (Ether 6:10). Tales diferencias —y ellas son numerosas— indican que el Libro es la obra de diferentes autores, como ha sido afirmado". (Sjodahl, Mili. Star 77:482-483).

www.bibliotecasud.blogspot.com

08 agosto 2008

Viajes Trans-oceanicos





Esta es la otra mitad del primer articulo que nos evio Jacky Levad, ella prometio enviarnos una segunda parte, ¡¡ asi que te esperamos ¡¡



El otro libro es el Popol Vuh, el «Libro del Consejo» del altiplano maya. Hace un relato de los orígenes divinos y humanos y de las genealogías reales; su cosmogonía y sus leyendas sobre la creación son básicamente similares a las de los pueblos nahuatlacas, indicando una fuente original común. En lo referente a los orígenes de los mayas, el Popol Vuh afirma que sus antepasados llegaron «del otro lado del mar». Landa escribió que los indígenas,

«han escuchado de sus antepasados que esta tierra fue ocupada por una raza de personas que vinieron de Oriente, a quienes Dios había liberado abriendo doce senderos a través del mar».

Estas afirmaciones concuerdan con el relato maya conocido como la leyenda de Votan. De ésta dan cuenta diversos cronistas españoles, en particular fray Ramón Ordóñez y Aguiar y el obispo Núñez de la Vega. Más tarde, fue recogida de sus distintas fuentes por el sacerdote E. C. Brasseur de Bourbourg (Histoire de nations civilisées du Mexique).

La leyenda relata la llegada a Yucatán, hacia el 1000 a.C, según los cálculos de los cronistas, del «primer hombre al que Dios envió a esta región para poblar y distribuir la tierra que ahora se llama América». Su nombre era Votan (se desconoce el significado); su emblema era la Serpiente.

«Era descendiente de los Guardianes, de la raza de Can. Su lugar de origen era una tierra que se llamaba Chivim.»

Hizo cuatro viajes en total. La primera vez que desembarcó, fundó una población cerca de la costa. Después de un tiempo, avanzó tierra adentro y «en el afluente de un gran río construyó una ciudad que fue la cuna de esta civilización». Llamó a la ciudad Nachan, «que significa lugar de serpientes». En su segunda visita, inspeccionó el recién fundado país, examinando sus zonas y sus pasadizos subterráneos; se decía que uno de estos pasadizos cruzaba en línea recta una montaña cercana a Nachan. Cuando volvió a América por cuarta vez, se encontró con que entre el pueblo había surgido la discordia y la rivalidad, de manera que dividió el reino en cuatro dominios, fundando una ciudad en cada uno para que les sirviera de capital. Una de las que se menciona es Palenque; otra parece que estuvo cerca de la costa del Pacífico. Las demás se desconocen.

Núñez de la Vega estaba convencido de que la tierra de la que había llegado Votan era fronteriza con Babilonia. Ordóñez llegó a la conclusión de que Chivim era el país de los heveos, a quienes la Biblia (Génesis 10) relaciona como hijos de Canaán, primos de los egipcios. Y recientemente, Zelia Nuttal, en Papers of the Peabody Museum, de la Universidad de Harvard, indicó que la palabra maya que significa serpiente, Can, se correspondía con la hebrea, Canaan. Si es así, la leyenda maya, que dice que Votan era de la raza de Can y su símbolo era la serpiente, podría estar utilizando un juego de palabras para afirmar que Votan provenía de Canaán. Esto justificaría, ciertamente, nuestro asombro de que Nachan, «lugar de serpientes», sea virtualmente idéntico al hebreo Nachash, que significa «serpiente».

Estas leyendas fortalecen la opinión de una escuela de expertos que considera la Costa del Golfo como el lugar en donde se inició la civilización yucateca -no sólo la de los mayas, sino también la de los primitivos olmecas. Según este punto de vista, hay que otorgarle una mayor consideración a un lugar que es muy poco conocido por los visitantes, y que pertenece a los verdaderos comienzos de la cultura maya, «entre el 2000 y el 1000 a.C, si no antes», según los arqueólogos que lo excavaron, de la Universidad de Tulane y de la sociedad National Geographic.

Este sitio, llamado Dzibilchaltún, está situado cerca de la ciudad portuaria de Progreso, en la costa noroccidental de Yucatán. Las ruinas, que se extienden por una superficie de más de 50 kilómetros cuadrados, revelan que la ciudad estuvo ocupada desde los tiempos más primitivos y a lo largo de la época hispánica, habiendo sido construidos y reconstruidos sus edificios una y otra vez, y habiéndose llevado sus piedras aquí y allá tanto para construcciones hispánicas como modernas. Además de sus inmensos templos y sus pirámides, el rasgo más llamativo de la ciudad es el Gran Camino Blanco, una calzada pavimentada con piedras de caliza que discurre recta a lo largo de casi dos kilómetros y medio, siguiendo el eje este-oeste de la ciudad.

Una sucesión de importantes ciudades mayas se extiende a lo largo del extremo septentrional de Yucatán, con nombres bien conocidos no sólo para los arqueólogos, sino también para millones de visitantes: Uxmal, Izamal, Mayapán, Chichén Itzá, Tulum, por mencionar sólo los lugares más sobresalientes. Cada una de estas ciudades jugó un papel importante en la historia maya; Mayapán fue el centro de una alianza de ciudades-estado, Chichén Itzá se hizo grande gracias a los emigrantes toltecas.



Palenque, una de las más primitivas ciudades mayas, esta situada cerca de la frontera entre México y Guatemala, y se puede llegar a ella desde la moderna ciudad de Villahermosa. En el siglo VII d.C, Palenque marcó el límite occidental de la expansión maya. Los europeos saben de su existencia desde 1773; se han descubierto las ruinas de sus templos y sus palacios, y sus ricas decoraciones de estuco y sus inscripciones jeroglíficas vienen siendo estudiadas por los arqueólogos desde la década de 1920.

Sin embargo, su fama y su atractivo descollaron tras el descubrimiento (de Alberto Ruiz-Lhuillier), en 1949, de que, en una pirámide escalonada llamada el Templo de las Inscripciones, había una escalera secreta interior que llevaba hacia abajo. Varios años de excavaciones y de extracción de la tierra y los escombros que cubrían y ocultaban la estructura interna rindieron al fin un descubrimiento de lo más excitante: una cámara mortuoria (Fig. 27).

Figura 27


En el fondo de la sinuosa escalera, un bloque de piedra triangular enmascaraba una entrada a través de una pared lisa que aún estaba custodiada por los esqueletos de unos guerreros mayas. Al otro lado, había una cripta abovedada con murales en las paredes. Dentro, había un sarcófago de piedra, cubierto con una gran losa de piedra rectangular que pesa alrededor de 5 toneladas y tiene más de 3 metros y medio de longitud.

Cuando se quitó esta tapa de piedra, aparecieron los restos óseos de un hombre alto, engalanado aún con joyas de jade y perlas. Su rostro estaba cubierto con una máscara de mosaico de jade; un pequeño colgante de jade, con la imagen de una deidad, se encontraba entre las cuentas de lo que una vez fue un collar de jade.

El descubrimiento era sorprendente, pues hasta entonces no se había encontrado ninguna otra pirámide ni templo alguno en México que sirviera de tumba. Pero el enigma de la tumba y de su ocupante tomó mayores dimensiones por las imágenes grabadas sobre la losa de piedra: era la imagen de un maya descalzo, sentado sobre un trono emplumado o llameante, que parecía manipular unos instrumentos mecánicos dentro de una elaborada cámara (Fig. 28).


La Ancient Astronaut Society y su patrocinador, Erich von Daniken, han querido ver en esta imagen a un astronauta dentro de una nave espacial propulsada por unos llameantes reactores, y sugieren que es un extraterrestre el que se enterró aquí.

Figura 28


Los arqueólogos y otros expertos ridiculizan la idea. Las inscripciones de las paredes de este edificio funerario y las estructuras adyacentes les hacen pensar de que la persona aquí enterrada es un soberano llamado Pacal («Escudo»), que reinó en Palenque entre 615-683 d.C.

Algunos ven en la escena la representación del fallecido Pacal en el momento de ser llevado por el Dragón del Mundo Inferior al reino de los muertos; tienen en cuenta el hecho de que, en el solsticio de invierno, el Sol se pone exactamente por detrás del Templo de las Inscripciones, como símbolo añadido de la partida del rey con la puesta del Dios Sol.

Otros, inducidos por interpretaciones modificadas por el hecho de que la imagen está enmarcada por una Banda Celeste, una serie de glifos que representan los cuerpos celestes y las constelaciones zodiacales, contemplan la escena como el rey siendo llevado por la Serpiente Celeste hasta el celestial reino de los dioses. El objeto parecido a una cruz que el fallecido está enfrentando se reconoce ahora como un estilizado Árbol de la Vida,sugiriendo que el rey está siendo llevado a una vida eterna.












De hecho, se descubrió una tumba similar, conocida como Enterramiento 116, en la Gran Plaza de Tikal, a los pies de una de sus principales pirámides
A algo más de seis metros de profundidad, se encontró el esqueleto de un hombre extraordinariamente alto. Su cuerpo estaba ubicado sobre una plataforma de sillería, engalanado con alhajas de jade, y rodeado (como en Palenque) de perlas, objetos de jade y cerámica.

También se han encontrado en diversos lugares mayas imágenes de personas llevadas en las fauces de serpientes de fuego (a las que los expertos llaman Dioses Celestes), como ésta de Chichén Itzá (Fig. 29).

Figura 29


Figura 30


Teniendo en cuenta todo esto, los expertos admiten que «uno no puede evitar una comparación implícita con las criptas de los faraones egipcios. Las similitudes entre la tumba de Pacal y las de aquellos que reinaron previamente a orillas del Nilo son sorprendentes» (H. La Fay, «The Maya, Children of Time», en National Geographic Magazine).

De hecho, la escena del sarcófago de Pacal transmite la misma imagen que la de un faraón transportado por la Serpiente Alada hasta una vida eterna entre los dioses que vinieron de los cielos. El faraón, que no era un astronauta, se había convertido en uno de ellos tras su muerte; y eso, en nuestra opinión, es lo que la escena grabada sugiere acerca de Pacal.

No sólo se han descubierto tumbas en las selvas de América Central y en las regiones ecuatoriales de Sudamérica. Una y otra vez, una colina cubierta de vegetación tropical resulta ser una pirámide; y grupos de pirámides resultan ser las cúspides de una ciudad perdida. Hasta que comenzaron las excavaciones en El Mirador, un lugar de la selva a caballo entre México y Guatemala, en 1978, mostrando una importante ciudad maya de alrededor del 400 a.C, que ocupa unos 15 kilómetros cuadrados, la escuela de los inicios meridionales de los mayas (cf. S. G. Morley, The Ancient Maya) creía que Tikal no era sólo la ciudad maya más grande, sino también la más antigua.


IDOLATRÍAS COMUNES ENTRE LAS RUINAS DE LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS Y LAS DE CANAÁN:

Segunda parte.....ProximamenteUn Saludo ....Espero hayan disfrutado el tema...

Cariños....~Jacky

05 agosto 2008

¿Judíos en América Precolombiana?




Este articulo esta escrito por alguien que no es Mormón y fue publicado en "tribuna Israelita nº 352" y también en

http://www.miniweb.com.br/historia/Artigos/i_antiga/judeus_america.html

léanlo con cuidado, especialmente desde la mitad hasta el final, el autor realiza una serie de preguntas en base a evidentes pruebas, preguntas que son tan claras como nuestro testimonio para un Mormón.



http://www.miniweb.com.br/historia/Artigos/i_antiga/judeus_america.html

¿Judíos en América Precolombiana? (por Alberto Liamgot)




Dos expediciones arqueológicas - una de ellas apoyada por el Instituto de Arqueología Andina- acaban de internarse en la selva del Perú en busca de una antigua ciudad indígena.

Deberán fatigar implacables kilómetros de jungla antes de acceder a la espesa Tierra de los Antis -hoy Madre de Dios- el lugar donde se supone estaba la otrora mística Paititi. Se trata de esa inconquistable meta de aventureros del siglo XVI, tantas veces confundida con El Dorado, a quien la leyenda atribuyó habitantes de extraña procedencia y construcciones no menos singulares, «cuyos techos cubiertos de oro y piedras preciosas refulgían desde lejos bajo el sol, y cuyas calles estaban pavimentadas con adoquines de oro».

¿Qué similitud tiene Paititi con aquel otro indescifrable misterio de la desaparecida ciudad de Esteco? ¿Quiénes eran esos extraños hombres blancos que se habían anticipado al conquistador español? ¿Por qué nunca pisaban las iglesias según refieren los Cronistas ni se persignaban en nombre del Señor?

La cosmovisión de América precolombina ofrece para quién lo quiera ver un insospechado mundo de sorpresas. Aprisionado en las entrañas del Continente se oculta, bajo el peso de los siglos, el esplendor de una antiquísima civilización.

No hablamos de los incas, ni de los mayas, ni de los aztecas, ni de aquellos otros conglomerados indígenas con los que comúnmente se maneja la antropología tradicional. Hablamos de cierta presencia inconfundible en estas tierras, de la que se han hecho eco algunos autores, y sobre el conjunto de esta vasta civilización que, según novísimas teorías, también cultivaron las grandes sabanas que se extienden al este de los Andes, desde el Caribe hacia el Sur.

¿Qué quedó de aquellas culturas que levantaron colosales construcciones arquitectónicas, avanzados cuerpos de legislación social, conocían sistemas de comunicación altamente sofisticados, practicaron imaginativos métodos administrativos, y explotaron la tierra con inusual tecnología? ¿Qué destino tuvieron esos Imperios florecieron que desarrollaron artesanías inigualables, y después de alcanzar cumbres de grandeza fueron desapareciendo paulatinamente? .

A esta altura de las investigaciones muy pocos dudan que con anterioridad a la llegada de Colón, el continente americano ya era conocido por antiguos viajeros. Desde la cartografía de Ptolomeo, pasando por los sugestivos relatos de Menassah ben Israel y las más flamantes revelaciones del neozelandés Barry Fell, hay testimonios que así lo prueban. Pero para no caer en exceso de simplicidad, que frecuentemente conduce a equívocos, conviene anotar algunos antecedentes sobre esta nueva perspectiva que está reclamando desde hace tiempo una impostergable revisión.

América tuvo civilizaciones que, según la tesis clásica de Spengler, alcanzaron su apogeo y su decadencia. John Collier dice que el Imperio Inca en Sudamérica tuvo curiosos rasgos de analogía con lo que fue el antiguo Imperio Romano. Por que del mismo modo en que ambos desaparecieron también dejaron en su respectivo «tempo» imperecederas huellas físicas y culturales. Muchas de esas huellas llegaron al Viejo Mundo por relatos de navegantes precolombinos, y otros sólo se conocieron a través de documentación posterior.

Vale la pena señalar algunas singularidades de la vida cultural y social de esas civilizaciones, que se mantuvieron como una presencia constante a lo largo de los años, y cuya gravitación aún perdura en forma perceptible en las modalidades y costumbres de no pocos pueblos de América.

Por ejemplo, llama la atención la actitud de los incas frente a la riqueza. Se sabe que no conocían el dinero en ninguna de sus formas y, como seres colectivos (¿antecedente remoto del kibbutz?), su patrimonio lo constituía la agricultura. No admitían la existencia de tierras muertas, «los lugares no solamente existían sino que vivían».

No menos intrigantes fueron las costumbres de otras civilizaciones de Mesoamérica, donde pueblos de rica inspiración artística, como lo fueron los mayas, aztecas, toltecas y zapotecas, levantaron monumentos de singular riqueza. Los primitivos habitantes de México -como es sabido- conocían como pocos las leyes de la astronomía y dejaron un calendario que aún hoy es motivo de admiración.

Entre otras expresiones culturales legaron una densa producción literaria en forma de pergaminos que, lamentablemente, se perdió desde que «el primer obispo cristiano de México los reunió para hacer con ellos una gran hoguera en la plaza de la ciudad, y por todo el territorio fueron buscados y luego destruidos, salvo un puñado de ellos que han sobrevivido hasta nuestros días».

Los aztecas tenían un ajustado sentido de la ecuanimidad y practicaban un concepto de justicia moderada. Se basaban en la restitución al individuo perjudicado y no en el castigo al culpable. Perseguían como propósito la resocialización del reo. Sólo las leyes de la guerra -tan abominables entonces como hoy- empalmaban con ciertas aberraciones de carácter teocrático como lo es el sacrificio humano. Se ha podido establecer, sin embargo, que ese sacrificio formaba parte de la conciencia ceremonial de este pueblo. De ningún modo era degradante para la víctima, ni ofendía sus sentimientos.

Cuando uno acomete la lectura de algunos textos sobre mitos de estas antiquísimas culturas, nota inmediatamente que muchos de ellos reproducen, con cierto margen de corrupción, sugestivas constantes de inspiración bíblica. Si bien es sabido aquello de que un mismo mito se ha reproducido en numerosas culturas, aquí se da una tal pluralidad de analogías que cabría preguntarse: ¿Qué conocimiento de la Biblia pudieron tener esos pueblos antes de la llegada de Colón al Continente? ¿Qué significa en boca de los aztecas, por ejemplo, la historia de la Torre de Cholula, esa extraña construcción que por querer llegar al cielo incurrió en la cólera de Dios? ¿Quién fue Balán.Mitzé, esa suerte de Moisés americano que con la magia de su varita separaba las aguas de los ríos? ¿Cuál fue el origen de una antojadiza versión del Diluvio que tuvo como protagonista a Coxcox y a Xochiquetzel? ¿Qué similitud ofrece la inmolación de Ixtlilxóchitl con aquel otro su lejano antecesor, que habría de ser sacrificado en el Monte de Moria? Es verdaderamente como para reflexionar.

Pero limitémonos a enunciar algunas posibilidades de validez universal que no pretenden, sin embargo, agotar el tema. Hay quienes afirman la teoría de la intercomunicación de los continentes. Para quienes esto sostienen, las poblaciones indígenas que habitaron la ladera occidental de los Andes, el Valle de México y otras regiones interiores de América, tuvieron su linaje progenitor en sucesivas migraciones de Asia que transpusieron el helado estrecho de Behring durante el periodo pleistoces.

Otros conceptúan en cambio que viajeros ultramarinos que arribaron al Continente antes de Colón -vikingos, fenicios, hebreos-, trajeron entre sus alforjas, entre otras cosas, la vieja sabiduría bíblica. Si bien es cierto que resulta difícil establecer una nítida frontera entre lo que no lo es tanto, quienes apoyan esta tesitura van mucho más allá. Entre ellos, el profesor americano Cyrus Gordon. Este catedrático de la Universidad de Brandeis anunció en un trabajo titulado «Before Columbus: links betweenn the Old World and ancient America», publicado por «Turnstone Press», que en una excavación realizada en 1890 en Bat Creek (Tennessee), se halló bajo unos restos humanos una extraña pieza pictográfica atribuida en un principio a los indios cheroquíes que poblaban la región. Estudios posteriores comprobaron que dicha inscripción correspondía «a caracteres hebreos-siriacos semejantes a los de las monedas acuñadas por Bar Kojbá durante la gran guerra del año 135 contra Roma». La susodicha inscripción decía: Le Yehud, lo cual traducido equivale a: A Judea. Por lo que se dedujo que el texto se refería a un judío de Palestina prófugo tras la derrota de su patria que, sin duda, se había exiliado en el Nuevo Mundo catorce siglos antes de Colón. Aún hoy muchos filólogos pretenden develar el misterio de ciertas raíces semíticas en lenguas aborígenes, como si alguna influencia exógena hubiera precedido su arquitecturación. Y hay quienes asocian la similitud entre métodos de trepanación craneana que practicaron en América los Incas, antes de la conquista del Perú, con los que se conocían en Palestina durante la segunda mitad del Reino Judaico. Esto que se ha dado en llamar «la historia antes de la historia», reabre al mismo tiempo una apasionante controversia. Hay estudiosos que creen en el desarrollo autárquico de las civilizaciones de América. Contrariamente a otros que sostienen que a la historia hay que repensarla sobre la base de procesos dinámicos de trasculturización

Ciertamente son puntos de vista. Para Gerard Walter «el placer de la historia es el descubrimiento permanente de la verdad, la marcha tenaz hacia la luz, el esfuerzo obstinado de la inteligencia para librarse de los prejuicios, de las invenciones, de lo que deshonra al espíritu humano».

Tomado de Tribuna Israelita, núm. 352

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