Esta es una imagen del mencionado Códice Grolier, un Códice es algo asi como un conjunto de escritos antiguos, bueno si hacemos una analogia comparando este códice con el libro de mormón, obtendremos una lección.
El Códice Grolier nos da una lección de sensatez
Basado en investigaciones realizadas por John L. Sorenson y John W. Welch.
Traducido por Estrella La Font Díaz
La historia de cómo se autentificó el Códice Grolier hace veinticinco años todavía nos enseña algunas lecciones valiosas en cuanto a los peligros de sacar conclusiones precipitadas así como sobre los problemas de poner calificativos, aun cuando los eruditos implicados ya no mantienen sus posturas originales. Según ha sido tratado recientemente por John L. Sorenson, el descubrimiento de manuscritos antiguos es un tema delicado que, para algunos, puede resultar inquietante1.
En 1971, se descubrió en el sur de México lo que parecía ser un antiguo códice mesoamericano. Se afirmó que procedía de "arqueología no autorizada" (la mayoría de los arqueólogos lo llamarían pillaje). Los expertos en Mesoamérica lo tacharon de falso sin dedicarle mucha atención o ninguna. Michael D. Coe fue uno de los que más defendió la autenticidad del documento, que finalmente recibió el nombre de "Códice Grolier"2. El afamado experto en temas mayas, Sir J. E. S. Thompson, jugó un papel primordial en contra de esta tesis3.
En 1992, Coe dijo sobre Thompson que éste había "ignor[ado] el argumento principal al centrarse en detalles que, según él pensaba, le ofrecían mayores posibilidades de dar una estocada maestra"4. Thompson, por su parte, había criticado a Yuri Knorosov, el lingüista soviético que ha sido reconocido por muchos como el principal artífice del desciframiento de los jeroglíficos mayas. Thompson consideró que la postura de Knorosov era absolutamente insostenible y tildó el trabajo del ruso de "patraña marxista".
En general, hoy en día, se reconoce la autenticidad del Códice Grolier, basándose en las características del propio documento y no en la forma, poco ortodoxa, en que fue descubierto. Tras haber quedado plenamente demostrada su autenticidad, Coe cree que si el Códice Grolier hubiera tenido un origen menos cargado de prejuicios, "habría [sido] aceptado como genuino hasta por el más reticente de los eruditos"5.
Los que habían asegurado que el Códice Grolier era falso cometieron al menos cinco errores, los mismos que suelen cometer los críticos del Libro de Mormón:
(1) Permitieron que la aparición poco convencional del códice prejuzgara el caso. Al igual que Thompson, quien hizo gala de un escepticismo dogmático desde el principio, muchos han descartado, de manera conminatoria, que se pueda dar tratamiento científico al Libro de Mormón.
(2) Además, los que se opusieron al Códice Grolier lo descartaron sin examinarlo con detalle. De manera similar, como una vez informó Thomas O'Dea, "el Libro de Mormón no ha sido considerado, en general, como uno de esos libros que deban leerse para poderse formar una opinión sobre el mismo"6.
(3) Los que juzgaron erróneamente el Códice Grolier sacaron poco beneficio de su estrechez de mente. Actuaron de forma irreflexiva, basándose en opiniones que habían dejado que se consolidaran, hacía mucho tiempo, en un cemento intelectual de su propia hechura.
(4) Cuando los que estaban en contra del Códice Grolier dedicaron tiempo a examinarlo, decidieron cargar contra pequeños detalles, los cuales ofrecían blancos más fáciles que las características principales de aquél complejo documento. Esto nos recuerda la actitud de Alexander Campbell, quien se deleitaba hasta la saciedad señalando, de manera quisquillosa, los pequeños desatinos gramaticales que encontró en la primera edición del Libro de Mormón7.
(5) Finalmente, si todo lo demás falla, el crítico siempre puede acudir a los calificativos. En estos casos, la lección se vuelve particularmente lamentable, ya que incluso un erudito tan responsable como el propio Coe, en cierta ocasión, se refirió al Libro de Mormón en términos despectivos8. Hacer esto es igual de poco afortunado y de improcedente tanto si se trata de juzgar el Libro de Mormón como si se está tachando de "marxista" la labor de erudición de Knorosov con el fin de empañarla. El uso de semejantes calificativos le permite a uno evitar el penoso trabajo de investigación seria que debería realizarse antes de emitir un juicio en cuanto a la autenticidad de cualquier texto que pudiera ser antiguo.
Algún día aflorará la verdad en lo que respecta a la autenticidad del Libro de Mormón. Hasta ese momento, las insinuaciones despectivas y el trabajo de investigación descuidado no hacen ningún bien a nadie.
NOTAS
1. John L. Sorenson, "The Book of Mormon as a Mesoamerican Record", en Book of Mormon Authorship Revisited, ed. Noel B. Reynolds (1997), 484-6.
2. Véase Michael D. Coe, Breaking the Maya Code (1992), 227-9-
3. J. E. S. Thompson, reseña de The Maya Scribe and His World, de Michael D. Coe, The Book Collector 26(1976): 64-75.
4. Coe, Breaking the Maya Code, 229.
5. Ibíd.
6. Thomas F. O'Dea, The Mormons (1957), 26.
7. Alexander Campell, "Delusions", Millennial Harbinger (10 febrero 1831): 85-97.
8. Michael D. Coe, "Mormons and Archaeology: An Outside View", Dialogue 8/2 (1973): 40-
Evidencias científicas, arqueológicas, lingüísticas y culturales del Libro de Mormón

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¿POR TIERRA O POR MAR ?
las veces que he conversado con personas que intentan y digo intentan por que no pasan de eso, siempre discuten el tema de como se poco de como se poblo america, ahora un articulo que nos aclara un poco.
¿Por tierra o por mar? Una nueva visita al estrecho de Bering
Basado en el trabajo de investigación llevado a cabo por Allen J. Christenson.
Traducido por Estrella La Font Díaz
Tradicionalmente, la mayoría de los antropólogos han aceptado la teoría de que los antepasados de todas las culturas nativas americanas existentes en el Nuevo Mundo proceden de migraciones a pie desde Asia ocurridas durante el pleistoceno; en este período, el nivel del mar estaba más bajo, de forma que ambos continentes se hallaban conectados por una estrecha franja de tierra denominada el Puente de Tierra de Bering. Pero, como demuestra una reseña aparecida en el último número de BYU Studies1, el trabajo del Dr. E. James Dixon, en Quest for the Origins of the First Americans [En busca de los orígenes de los primeros americanos], propone un desafío para este modelo tradicional2.
Dixon es una destacada autoridad en la arqueología de la Beringia oriental, la cadena de islas que en otro tiempo formó el puente que conectaba Asia con lo que actualmente es la tierra de Alaska. Aunque nadie duda de la existencia de dicho puente, ni de su potencial como conducto para la migración humana, Dixon demuestra que éste no podía haber sido el único mecanismo para poblar las Américas. Presenta pruebas impresionantes y muy convincentes que sugieren que los primeros o al menos algunos de los primitivos habitantes de la Antigua América realmente llegaron en embarcaciones preparadas para el océano.
El estudio geológico y paleoecológico de la región de Beringia sugiere que no fue sino hasta más o menos el 9.500 a. C. cuando el Puente de Tierra de Bering se hizo transitable para las migraciones humanas por tierra. En consonancia con esta fecha, no existen pruebas documentadas de que hubiera habido asentamientos humanos en ningún lugar del pasadizo beringio hasta el 9.000 a.C. Sin embargo, hay amplia evidencia de ocupaciones previas a lo largo de las costas occidentales tanto de Norteamérica como Sudamérica cuya fecha es anterior a ésta en al menos dos o tres mil años y en algunos casos muchos miles de años más. Puesto que, al parecer, no había forma de cruzar por tierra en tan tempranas fechas, Dixon señala que estos asentamientos deben de haber sido fundados por pueblos marineros.
El hecho de que las costas del Pacifico en Asia se hallaban salpicadas de numerosos asentamientos está bien documentado. Dixon sugiere que poco antes del 12.000 a.C. el nivel del mar subió rápidamente debido a un abrupto calentamiento del clima, lo que hizo que el mar se tragara las comunidades de la costa del Pacífico asiático (algo así como un Waterworld del Pleistoceno). Esto podría haber provocado migraciones hacia el este, siguiendo las principales corrientes de agua, hasta el Nuevo Mundo. Para cuando el Puente de Tierra de Bering se hizo transitable, los descendientes de estos primeros viajeros ya se habían asentado en gran parte del la línea costera occidental de América del Norte y del Sur, e incluso se habían trasladado al interior en algunas áreas.
Desde hace tiempo, los eruditos Santos de los Ultimos Días han mostrado su interés por la cuestión de los viajes transoceánicos hacia el antiguo Nuevo Mundo3, pero han encontrado poco apoyo entre los principales expertos. En una época, el propio Dixon recibió críticas de varios de sus colegas por sugerir la posibilidad de que se hubieran producido migraciones transoceánicas por lo que se le aconsejó que abandonara el tema si es que no quería perder su credibilidad profesional (p. 129). Dixon cree que la idea de la existencia de contactos transoceánicos precolombinos entre el Nuevo y el Viejo Mundo no tiene acogida a causa de la tendencia de algunos individuos que, ajenos al campo, van demasiado lejos en sus intentos por explicar todas las similitudes que existen entre las dos grandes regiones culturales, haciéndolo de manera indiscriminada sobre la base de su difusión a través de los océanos.
Pero los hallazgos fruto de la investigación y cuidadosamente presentados, como son los de Dixon (así como los de un creciente número de otros investigadores), dejan claro que antiguamente los humanos eran capaces de viajar largas distancias a través de los océanos para visitar o colonizar partes del Nuevo Mundo. Por extensión, es razonable concluir que las pequeñas colonias de jareditas, lehitas, y mulekitas también podrían haber realizado tales viajes.
NOTAS
1. 36/2 (1995-1996). Véase también el excelente tratamiento que realiza Stephen C. Jett sobre la cuestión de los contactos transoceánicos, disponible como reimpresión en el formulario de pedidos.
2. (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1993).
3. Véase John L. Sorenson y Martin H. Raish, Pre-Columbian Contacts with the Americas across the Oceans: An Annotated Bibliography (Provo: Research Press, 1990).